Les presentamos el cuento de Francisco José Murray, sacerdote católico, de la Congregación Pasionista; nos comparte que el cuento surgió a raíz de su trabajo con ladrilleros en una provincia de Córdoba en Argentina, además de su experiencia como misionero en Indonesia y en Vietnam durante muchos años; de allí le surgió la impiración.

Este cuento fue publicado en la Agenda Latinoamericana en el año 1,999; así que ya es añejo, pero su historia vigente, que vale la pena leerla, ya que recrea la Historia de tantas personas en Guatemala, América Latina y el mundo.

Agradezco la gentileza de poder ofrecerlo para compartirlo con ustedes amables y queridos lectores.

Julio Menchú

Equipo de Espiritualidad Maya de Guatemala.

 

 

 

HOGUERAS ENCENDIDAS

El tiempo, para el amor, es como el viento para el fuego... apaga los chicos y enciende los grandes.

Francisco José Murray

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Buenos Aires, Argentina

Su mujer, Liliana, tiene la transparencia de las mujeres luchadoras; la fortaleza de quienes sienten a Dios en su vida viviendo dentro de ellas; apenas más joven que él en edad, pero mucho más en el corazón; resistente al dolor como lo demostraron los cinco partos en su propio rancho. Liliana había nacido y estudiado en las márgenes de la gran ciudad. Por eso, tiene la sabiduría de los pobres y la posibilidad de expresarla.

Hace como 15 años que viven juntos, el dolor los fue uniendo cada vez mejor; sin embargo son tan distintos... A Cisco la vida le pesa, a Liliana la vida la desafía. Cuando ríe el corazón de Cisco se llena de estrellas.

El trabajo de Cisco son los ladrillos. Hacer barro con sus manos callosas, en invierno y verano, confundiendo las manos con la tierra. Días enteros junto a los hornos, a temperaturas insufribles. No hay sábados, ni domingos, ni feria- dos cuando se trata de vigilar el fuego. Espera paciente y dolorosa para que nazca el ladrillo...

-su “pan”. Grandes cantidades de ladrillos 40.000... 60.000 en cada horneada, para que se conviertan en migajas de pesitos que lleva a su casa como un tesoro lleno de orgullo y vergüenza.

Lo separan cinco cuadras de su trabajo, cinco que a veces parecen miles.

El fuego del amigo

En el camino se cruza con Tavo que está tan dormido y cansado de trabajar sin ver el amanecer en la vida como él. Tavo es el amigo entrañable, el compadre. Es un hombre más joven que él, -de mirada profunda y sincera. Llegó al rancherío hacía unos cuantos años, unos cuantos hornos... Juntado con Ana, recién están criando su primer hijo.

Primer Premio en el Concurso de Cuento Corto

El fuego de la vida

Cisco va en busca de su pan de cada día, junto a los sudores de cada día. Es de madrugada y el frío le corta el rostro, él mismo corta el aire con su rostro... porque hombre y frío se hacen una sola e idéntica realidad. Sale del rancho, apenas dándose cuenta de quién es, ni para que está yendo a trabajar. El sol está asomando desde el lejano horizonte, con un pequeño brillo, como si fuese una metáfora de su vida.

-Qué frío de perros... -piensa-. Ojalá salga el sol cuanto antes para que se me pase este frío que cala hasta los huesos.

Atrás va quedando su rancho de barro, como toda su vida, su mujer levantando los chicos para que tomen el mate cocido y vayan a la escuela. Cada día como siempre, como ayer, también hoy, el trabajo, el cansancio, el pan, el camino en medio del frío para vivir un día de calor. Todo es igual cada día... poco más, poco menos... la vida de Cisco es como la del caballo del pisadero de barro, siempre en redondo...

-Pucha, digo, no se me despegan los ojos, no nos quedó agua y me debo la lavada de esta mañana....-sigue pensando-. ¿Cuántos pasos habrá hasta la felicidad? ¿Cuántas cuadras habrá que caminar hasta que aparezca de repente la buenavida?

Cisco es un hombre de unos 40 años, pero parece un viejo, cansado por la enorme cantidad de ladrillos fabricados desde chico. Barbudo por descuido y por no querer gastar en afeitadoras. Ni muy bajo, ni muy alto. Su espalda se fue encor- vando, tal vez por cargar los años más que por cumplirlos. Cuando ríe, se descubren los surcos de tantas amarguras y tantas alegrías.

-Hoy tenemos que hornear, viejo -dice Tavo-. Cuantito se levante el sol va a hacer mucho calor. También... con ese horno que es más grande que la gran siete... vamos a sufrir la gota gorda.

-Che, Tavo, ¿vos sabés cuántas cuadras hay que caminar hasta la felicidad?

-¿Qué?

-Que cuántas cuadras hay que caminar hasta la felicidad...

-¿Qué carajo andás diciendo? ¿Tan temprano y ya estás tomado?

-Pensaba nomás...

El horno comenzó a arder con todo. Fuego en las ocho bocas que dejaron abiertas. Un infierno en pequeño. Los músculos de los hombres se fueron mojando de sudor, de fuerza, de coraje, para que la temperatura comenzara a hacer lo suyo. Hornear es una obra de arte...

Todo había comenzado cuando con paciencia y esmero fueron haciendo de a uno cada ladrillo con el barro hecho de tierra, aserrín, estiércol y agua. Amasar el barro, amar el barro, amasar la vida, amar la vida.

Cuando lo estaban haciendo Cisco le comentó a Tavo: -¿Sabés, che?, la tierra es sabia, nosotros la trabajamos, le sacamos todo el jugo que tiene, la estrujamos bien hasta que nos recibe cuando nos vamos. Que paciencia la de la tierra ¿no?

-Qué tipo sos... te dejo un poco solo y ya salís con tus ralladuras. No se te puede dejar un rato en silencio que te inventás una de las tuyas. ¿Qué tiene que ver el ladrillo con la muerte?

-¿No te sentís muriendo? ¿No te matan de trabajo? ¿No te matan de hambre? ¿No te matan maltratándote?

En eso, pasan los chicos para la escuela, van pateando piedras o corriendo carreras para sacarse el frío. Los más chicos felices todavía, deseosos de encontrarse con sus maestras, los más grandes resignados, deseosos de que pase el tiempo más rápido y poder ser grandes de una vez por todas.

-Chauuuu, papáááá- -Chau...- -Chau -dijeron Cisco y Tavo con una alegría

mezclada con tantos interrogantes sobre esos niños tan inconscientes por el presente y el futuro.

-Ojalá no sean como nosotros -le dice Tavo.

-Bueno, que sean como nosotros pero que no trabajen en lo nuestro.

-¿Que sean como nosotros en qué?

-En ser buenagente, en ser forzudos, en ser honrados, en ser amigos, en...

-¡¡En ser unos muertos de hambre!!

-No, Tavo, ¡bah!, qué se yo, si siguen así las cosas hasta van a tener que dejar de estudiar y ayudarnos a trabajar. Liliana me dice que no, que si es por eso ella me ayuda, porque los chicos tienen que hacer otra historia.

-Los pobres siempre seremos pobres por gene- ración.

-¿Por generación?

-Si, nos parieron pobres y parimos pobres. Nuestra vida es como este horno, puro fuego nues- tro para que disfruten los ladrillos otros.

-Liliana en cambio dice que nuestra vida es como el día entero... tiene noches pero también tendrá amaneceres. Ella siempre me dice que algún día lo veremos. Qué mujer con fortaleza, qué mujer...

Las horas pasaron y el fuego fue dejando doraditos los ladrillos que otros iban a disfrutar. Sin embargo nadie les quitó la alegría a Cisco y Tavo de ver y disfrutar de la obra de sus manos. Hicieron fiesta, un traguito de vino, un poco de carne a las brasas del mismo fuego y la amistad de siempre renovada al calor del encuentro.

Después, volver a casa, al otro horno, al calor de un amor, de los chicos...

El fuego del amorEstando los dos tomando mate, con el mismo sol verdugo que los acompañó durante todo el día, pero que ahora se les acerca con el cariño de la tardecita, con el candor y el color de un amigo, Cisco y Liliana suelen poner el corazón y la vida a flor de piel. Es el tiempo de ellos, el tiempo de gozar con sorbos de confidencias.

Liliana -le dice-, ¿sabés lo que pensaba la otra mañana cuando trataba de despertarme?... ¿ Cuántos pasos tendría que caminar para llegar a la felicidad?... ¿Cuántas cuadras nos separan de la buenavida?... Se lo conté a Tavo y me pre- guntó si había tomado de mañana...

Ella se le ríe, mientras le acaricia los pocos pelos que sus penas le han dejado. Se ríe, con los pocos dientes que le han quedado, luego de masticar tantas penas.

-¿Sabés, Cisco? -le dijo casi como a un hijo- la esperanza es lo último que se pierde. No hay que caminar hacia un lugar que no existe. A ese lugar hay que hacerlo entre todos. No pierdas la esperanza...

-La esperanza mía sos vos, son los gurises, son mis brazos que no me fallen, la esperanza son los pocos pesos que traigo para parar la olla...

-Sí claro -le dijo Liliana, casi sin escuchar la respuesta-... La esperanza nuestra es Dios y la Virgen. Dios es como el agua que tomamos, que a veces falta pero nunca se termina del todo. Dios es como la tierra, que siempre está bajo nuestros pies, aunque a veces nos envuelva en el viento. Dios es como el sol, que siempre está sobre nosotros, aunque a veces lo tapen algunas nubes. Dios es como nosotros, Cisco, aunque a veces lo borremos un cachito. ¿Entendés ?

-Mmmmmm... -le respondió sin llegar a comprender todo lo que ella le había mostrado. Se quedó pensando-. Vos sos mi esperanza. ¿Qué haría yo sin vos, sin tu fe, sin tu fuerza, sin tu ternura? No podría seguir trabajando y viviendo. Y agregó:

-Estamos como en una noche, Lili. Nunca nos llega el sol en la vida. Siempre lo mismo, -el mismo dolor, la misma mala suerte, el mismo hambre. Bah!, no tan el mismo, porque cada día me siento más viejo y con menos fuerzas.

-La esperanza es lo último que se pierde-

-le volvió a repetir como a un niño testarudo-.

Algún día va a amanecer.

Para afirmar sus palabras lo besa, la besa, se besan, se funden en un abrazo amanecido y el amor los lleva hasta esa madrugada que sueñan, que esperan, tan cierta y tan fugaz. Hasta que el amor los duerme y los amanece... para volver otra vez al trabajo.

 

El fuego en el corazón

Siempre lo mismo, otro día, otra semana, otro horno, otro mes. Los días de los ladrilleros se cuentan por horneadas.

Pero ese día sería distinto y Cisco algo presentía. Por algo le dio un beso especial esa mañana, como llevándose con él la fortaleza de su mujer. Era un día gris, como presagio de lo que vivirían. Así es la vida: gris.

Se encontraron como siempre con Tavo y caminaron casi en silencio hasta el pisadero. Este día les tocaba preparar los ladrillos. Algo le pesaba en el alma a Cisco y no le permitía celebrar la obra de sus manos.

Gris todo el día. Para colmo si llovía se iba a arruinar todo lo que hubieran podido hacer.

En el gris del día vino Soledad corriendo para anunciarle la desgracia.

-Tu mujer... un coche...

-Que... -se ahogó en la pregunta, como tan- tas otras veces que ahogaba los gritos de dolor, de injusticia, de impotencia. Tampoco ahora pudo gritar: ¡¡¡qué carajo pasa!!!

Liliana había sido atropellada mientras caminaba pegada a la ruta hacia el Pueblo a conseguir los víveres. Destino de pobre, no tener para el colectivo y andar caminando los tres kilómetros por el borde por donde pasan esos coches a los que sólo el diablo pone velocidad y locura.

Semanas más tarde doña Vicenta comentaría: “así es nuestra vida, los modernos salen de su huella, nos atropellan y nos dejan tirados junto al camino”...

Al hospital había 15 kilómetros. Una eternidad . Estaba en la ciudad más cercana, porque en el pueblo sólo había una salita mal equipada. Cuando la gente del rancherío iba a la ciudad era para ir a una fiesta o para dejar la vida. Hay que pasar por un río, como si ir a la ciudad fuese cruzar el río de la realidad dejando la tristeza atrás, o cruzar el río de la vida, dejando todo atrás.

Mientras iba de camino al hospital, con el corazón apretujado de tristeza e incertidumbre, Cisco recordó el diálogo del día anterior. Sentía que Liliana le había querido dar la última lección de su vida.

-Estoy cansado, Liliana.

-Resistí, viejo, resistí... No seas como Marito, que se cansó y bajó los brazos para siempre. Los que más sufrieron fueron sus hijos y su mujer. Pero tampoco seas como Juancho, que se vendió a los que tienen la platita; desde entoncesvive con la cabeza gacha porque debe ser para ellos un perrito obediente. Así es la vida, si nos dejamos quemar por el dolor, nos marchitamos; si agachamos la cabeza viviremos todos los días de rodillas. Hay que tener la frente bien alta, aunque la tengamos embarrada y sudorosa. Resistí, por nosotros, por tus hijos, por todos los pobres.

-Pero, ¿cómo hago?

-Encontrate con otros que tengan los mismos problemas que vos. Formá como una telaraña. Hay que unirse...

-¿Qué decís? ¿Telarañas? ¿Querés que me vuelva viejo de golpe?

-¿Te acordás que nuestros abuelos la usaban para parar la sangre de las heridas? Así debe ser, formar telarañas, parece que se rompen fácil, pero sirven para que no nos desangremos tanto. Formá telarañas, tratá de unirte a la gente, a los otros pobres como nosotros. Formá telarañas, proponele a tus compañeros de trabajo que nos reunamos aunque más no sea para conversar de nuestras alegrías y tristezas. Formá telarañas...

Cuando llegaron al hospital , Cisco sintió un frío en su espalda. El mismo frío que le cortaba el rostro cada mañana. Lo llevaron hasta la cama donde Liliana agonizaba. Tenía puesto un respirador, cañitos por todos lados, una botella de sangre y quién sabe cuántas cosas más. Parecía que nada más se podía hacer por ella... que nada más podía hacer ella.

-Tiene un corazón resistente -dijo el médico-, pero el golpe fue muy fuerte.

-Claro que los golpes de la vida han sido muy fuertes... y que tiene un corazón resistente... Así fue siempre con mi Liliana.

- No, Señor, me refiero a... -quiso aclararle el médico.

(Como decía doña Vicenta: “La vida es así, a veces hablamos idiomas tan diferentes que los estudiosos no nos entienden”).

-Tendrá que comprender que su mujer no va a vivir mucho.

-Si..., no..., ¿comprender?, ¿comprender qué?, ¿comprender la vida o comprender la muerte? ¿O comprender que la mataron?

 

El fuego que enciende otros fuegos

Cisco la acarició, con toda la ternura que ella le había regalado en sus años de convivencia. Liliana se le iba junto a ese Dios que era su esperanza, su vida, su fortaleza. Pensó en los chicos. En el horno. En el rancho. En los amigos. En las telarañas. Ella se iba poniendo fría. Entonces, sintió adentro como un fuego, tan fuerte como el de sus hornos de barro. Sintió que de la mano inmóvil de su amada le brotaba una fortaleza tan grande como el roble que daba sombra junto al camino. Sintió que de la boca cerrada de la mujer de su vida le llegaban las palabras que nunca debía olvidar:

“Resistí, no te marchites ni te vendas, resistí”. Sintió que del corazón que se iba apagando le llegaban los latidos que nunca más lo dejarían desfallecer: “Dios es nuestra esperanza... juntate con otros, formando como telarañas para no    desangrarte tanto... la esperanza es lo último que se pierde... algún día va a amanecer”.

 

 

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